BREVE
HISTORIA DE LA
ESCUELA N º 21 DE 10
BRIGADIER
GENERAL CORNELIO SAAVEDRA
Bibliotecarias: Dora Spinelli y María
Paula Morayta
La presente reseña fue reconstruida a
partir de datos recogidos en los cuadernos de actuación de los docentes, planos
de la escuela y testimonios orales, ya que debido a un incendio ocurrido en la Dirección de la Escuela el día 8 de junio
de 1974, fueron perdidos todos los registros y archivos anteriores a tal fecha.
Por este motivo resulta difícil precisar el contexto de creación de la Escuela y por lo tanto de la Biblioteca.
Esta escuela fue originalmente el Centro
Comunitario Educacional Saavedra, que luego pasó a ser Escuela N º 21 cuando se
hizo el traspaso de las escuelas del Consejo Nacional de Educación a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en
el año 1978. la fecha de creación de dicho centro data de 1932[1]
Esta escuela también se llamó previamente
Centro Social Educacional Saavedra, Escuela Asistencial Municipal Saavedra,
Escuela Asistencial Saavedra, Escuela Asistencial Municipal Cornelio Saavedra.
La Escuela
asistencial estaba constituida por viejos tranvías que funcionaban como
improvisadas aulas onde se recibía a os
chicos del barrio. Iban al colegio en un turno y en el otro concurrían a hacer
los deberes, tomar la merienda y a jugar. Era la época de os parques de
recreación. Eran trece y dependían de la entonces Secretaría de Deporte y
Acción Social de la MCBA,
que tenía su sede en Belgrano 482, la vieja casa de los Lezama.
A mediados de los años 60, las escuelas
asistenciales se convirtieron en Centros educacionales asistenciales y se
produjo el masivo ingreso de docentes con títulos, siendo que hasta entonces
las partidas presupuestarias eran de “celadoras de niños”.
Cuando era el Centro educacional Saavedra
el patrono era San José de Calasanz, el cual era común a todas las escuelas de
este tipo. Al convertirse en Escuela N º 21, el patrono pasa a ser el Brigadier
General Cornelio Saavedra.
La biblioteca existe desde que la
institución era escuela asistencial, pero el cargo de maestra bibliotecaria se
crea en 1981 y es Carmen Lucrecia Tirabasso de Jordán la primera nombrada en
dicho cargo. La biblioteca lleva el nombre de Ada María Elflein, primera
escritora argentina de literatura infantil.
Ada Elflein nació en Buenos Aires en una
casita con jardín en la calle Arenales 1491, el 22 de febrero de 1880. Sus
padres eran alemanes y Ada María fue única hija. Su madre, que había estudiado
en Colonia, su ciudad natal, y en Bruselas, fue su primera maestra. Educada
cuidadosamente, además de alemán, y el castellano, Ada María dominó
perfectamente el francés y el inglés.
A los doce años escribió a escondidas en
alemán un cuento de hadas titulado El
nacimiento de la rosa. La profesora le recomendó que fuera mejor que estudiara
matemáticas. Pero le proporcionó la más grande alegría la aprobación de sus
padres: “nunca después, en mi carrera de escritora, fecunda en satisfacciones,
volví a experimentar ese triunfo. Mi vida estaba orientada”.
Se dedicó dos o tres años a la enseñanza,
hizo traducciones, escribió algunas comedias y llenó cuadernos de versos que
destruyó para ya no cultivar ese género. Por esa época comenzó a escribir sus
primeros cuentos sobre temas argentinos. La historia le había atraído desde
niña y el cuento le pareció siempre placentero al espíritu del hombre, grato al
corazón del niño, fecundo entre el pueblo, dice en su prólogo a Leyendas
argentinas.
Llegó a la dirección de La prensa con una carta de presentación del general Bartolomé
Mitre. Llevó también algunos cuentos, entre ellos, La cadenita de oro, que apareció en La prensa el 30 de abril de 1905. Quedó incorporada así a la
redacción del diario que le encargó un cuento semanal que se publicaba todos
los domingos, de abril a octubre de cada año.
La escritora dejó consignada en un
cuaderno de notas íntimas la emoción y la esperanza con que emprendía la labor:
“me dura aún la impresión de haber llegado al lugar que inconscientemente
buscaba. Allí piensan como yo, aman lo que yo amo, sienten lo que yo siento.
Caminamos hacia el mismo fin, giramos en el mismo círculo. He hallado allí lo
que buscaba instintivamente: actividad, labor fecunda, la vida misma febril y
agitada. Veremos lo que hace de mí”.
A partir de ese instante es fácil
imaginar la vida de esta mujer apasionadamente entregada a su labor
intelectual, trabajando en archivos y bibliotecas, y en la redacción del diario
donde tenía su salita especial y a donde concurría todos los días.
Metódica y retraída, sus paseos más
frecuentes eran las cabalgatas. Era este su ejercicio predilecto y los bosques
de Palermo, los alrededores de Buenos Aires y La Plata conocieron su silueta
elegante de amazona, sus cabellos bronceados, tempranamente encanecidos y sus
profundos ojos azules.
A partir de 1913 hizo constantes viajes
por el país, Chile y Uruguay y lo que representaban para ella ha quedado bien
documentado en sus crónicas vivaces donde impensadamente se retrató con toda
nitidez. Fue su compañera inseparable en estas excursiones una sanjuanina de
origen irlandés, Mary Kenny.
Inteligente y espontánea aunque
reservada, la autora de Del pasado
debió tener un natural muy atrayente a juzgar por la dispar calidad y condición
de sus amigos desde el doctor Francisco Pascasio Moreno hasta el cacique Abel
Curruhuinca que veneró su memoria, enseñó a venerarla a las gentes de su tribu
e impuso el nombre Ada María a una de sus hijas.
En 1919 se sintió enferma en las
provincias andinas y decidió regresar a Buenos Aires.
Acababa de preparar para la imprenta el
volumen De tierra adentro que recogía algunas de sus
correspondencias de viaje y que después apareció con el título De campos históricos.
Visitó Tucumán, Salta y Jujuy y realizó con un
grupo de maestras, bajo la dirección de Moreno, su ascensión al cerro Pelado.
Estuvo en Uruguay y recorrió la región de los lagos en compañía de Mary Kenny y
Sara Abraham. Pasó por Mendoza y Chile llegando hasta Santa Rosa de los Andes,
San Luis y Córdoba.
Viajó en trenes pintorescos apretujada
entre pasajeros y equipajes, en automóviles compartidos con ocho o más
personas, que muchas veces tenían que ser aligerados o arrastrados por
caballos, navegó en barco a remo por los lagos del sur y cruzó en balsa a polea
el río Neuquén.
Durmió en carpas o modestísimos
albergues. Otras veces disfrutó de la hospitalidad de viejas casonas
tradicionales cuya exquisita cortesía no se cansa de alabar y del refinamiento
de hogares extranjeros que le deparaba inesperadamente su buena estrella.
En Por
campos históricos Ada María Elflein expresa “si alcanzamos buen éxito
podrán estimularse otros grupos que deseen llevar a cabo parecidos paseos,
saludables e instructivos, por los sitios históricos o simplemente pintorescos
del territorio argentino. A mi juicio, esta es la forma eficientísima de
educación física y moral: la mujer extiende sus propios horizontes, adquiere
conocimientos geográficos valiosos, comprende y se vincula más al alma nacional
y desarrolla energías que son fuerzas vitales, latentes en todas las mujeres,
condenadas por ambientes de ficción o por necesidades profesionales, a vivir
ovilladas durante meses o años en las ciudades, en aulas o en oficinas”.
Desde las páginas de La Prensa
señalaba el 8 de abril de 1918: “¡Cuántas señoras y niñas pasan el verano
tristemente en sus casas por no tener un padre, un hermano o un esposo para
acompañarlas! Pienso que si se reuniesen, formasen pequeños grupos o grandes
comitivas, prescindiesen de las tradiciones moriscas y salieran a gozar de las
bellezas de nuestra tierra, pronto adquirirían la convicción de que en todo
momento las rodeaba la exquisita cultura argentina”.
Tras su recorrido por los lagos del sur
recordará: “aquí palpitó una leyenda. Aquella que perduró durante siglos,
acerca de la Ciudad
de los Césares, tras la cual, empeñados en transformarla en realidad, corrieron
los aventureros y creyentes de la colonia. Estas aguas fueron surcadas, esos
bosques cruzados y tramontados esos terribles peñascos por Mascardi, el
valeroso jesuita mártir, descubridor del lago”.
“En la región de los lagos un día, cuando
el gusto por los viajes esté más desarrollado entre nosotros y mayores
comodidades formen un aliciente para muchos que se arredran por la falta de
ellas, ningún argentino dejará de visitar ese pedazo de suelo donde la
naturaleza ha amontonado, en conjunto estupendo, dentro de un espacio
relativamente pequeño, bellezas que suelen encontrarse diseminadas a través de
todo un continente”.
Al despedirse de las casitas de madera de
San Carlos de Bariloche promete regresar a ese “futuro emporio de riqueza”.
No pudo ser. Tenía treinta y nueve años y
falleció el 24 de julio de 1919 dejando la mayor parte de su obra desperdigada
y aquel y otros sueños inconclusos.
Bibliografía y fuentes
- Fuentes: registros escritos de Esther Rosa Terlato (ex Bibliotecaria Escuela N º 21 DE N º 10), basados en fuentes orales de documentación: Susana San Román (ex maestra Escuela N º 21), Norma S. de Baccaro y Marité de Etchegoyen (maestras de Nivel Inicial) y Luis Posse (ex auxiliar casero); fuentes escritas: registros de cuadernos de actuación, libro de datos del personal; y consultas a la Biblioteca del Instituto Bernasconi y a la bibliotecaria de la Escuela N º 23 DE N º 10.
- Bariloche semanal : revista digital. Ada María Elflein. Obtenido el 18 de septiembre de 2012 desde, http://www.barilochesemanal.com.ar/noticias/ada-maria-elflein_35
- Ada María Elflein : algunos datos sobre la vida y obra de esta escritora argentina en El monitor de la educación común, Año 37, n. 580, 31 ago 1919.
[1] En los
archivos de la Biblioteca
de la Escuela N
º 23 DE N º 10 figura una Escuela N º 21 que data de 1883 y termina en 1977.
Sin embargo no se encontró nexo de relación entre la actual y aquélla ya que no
hubo traspaso de personal.
Comentarios